martes, 12 de diciembre de 2006

Devilman

ilustración: Domiderot por Daniel Canessa

Máquinas experimentales

movimiento planetario

a nadie importa lo que preciso saber.

Dispuso tristemente que la imaginación e inspiración propias de la especie humana, características que marcaban su diferencia con los robots, provenían de oscuros y antiguos mensajes emitidos por un demonio interior, un acumulador de vidas para ser exacto, víctima de su "naturaleza" que siendo mala le era propia; no como el resto de los hipócritas humanos a los que la maldad básica sólo les era concedida a través de las experiencias más contrarias a su esencia social-existencial.

Un demonio tratando de llevar bien su última y más preciada vida, siendo un tipo acomodado, preocupado en la autosatisfacción viciosa, dependiente, insanamente escapista; un demonio salido de las cintas de vhs japonesas de finales de los ochenta y principio de los noventa, un Devilman con demasiados recuerdos apagados, impropios, consecuenciales, que se manifestaban en su personalidad de "humano" a través de ese deseo de pretender pertenecer a algo. Recuerdos que lo marcaban y le gritaban a la cara (mediante el espejo que le devolvía la imagen de su envoltorio asignado) reprochándole ser tan demonio en este mundo o tan humano en el otro de donde provenía.
No debía ser juzgado según nuestra naturaleza, era un demonio que más allá del bien y del mal quería ser natural, fiel a su interior, a su configuración básica de individuo que sólo se pertenecía a sí mismo. Había descubierto que lo normal no existe.

SOÑÉ EL FINAL DE MIS DÍAS

SOÑÉ MI REINVINDICACIÓN


Había salido a caminar, a procurar ser uno más o uno menos. Era un día natural cualquiera.

El ruido habitual, los semáforos, la gente corriendo por todos lados, asesinándose unos a otros con lo que tuvieran a la mano, con bolígrafos, ladrillos, computadoras portátiles, rociándose perfume en los ojos e intentando invocar al fuego liberador con sus encendedores baratos.
Todos lloraban, todos sufrían, todos eran por fin libres. ¡El fin del mundo había llegado!.


Tontos, ilusos, humanos.

Mantenía su alegre paso, sólo siendo niño había sentido esa inesperada vitalidad, pero la melancolía seguía ahí, indisoluble.
Los autos vacíos y chocados, las mujeres presas del pánico, con miedo al terror y a la oscuridad que de un modo u otro ellas mismas habían propiciado, lo merecían, todos lo sabían, este fin ya había sido vaticinado, ya escrito, ya soñado.
En medio del caos recordó a "su padre", el que le había dotado de esta vida terrenalmente cómoda, nunca necesitó cariño de su parte y él lo sabía, no quiso abrazos ni besos ni consejos, es más, siempre sospechó que él conocía quien realmente era y de donde provenía.
Al igual que él, era demasiado apegado a esa vida de millonario, de banquero, de triunfo. Vida que hace pocos momentos había iniciado su irremediable fin.

Avanzando notó que sus ideas eran ciertas, el banco de su padre estaba destrozado, salido de una postal de atentado terrorista. Atravesó la puerta principal como muchas otras veces lo había hecho en busca del verdadero alimento del hombre y del que éste lugar era su alacena.
Los ascensores no valían, pensó que le resultaría saludable subir luchando hasta el piso 13, lugar donde seguramente estaría oculto su padre como otras muchas veces en las que se intuyó amenazado, lugar donde había adecuado su santuario personal donde saberse salvo, lugar donde coleccionaba los cristos crucificados tallados y esculpidos desde tiempos inmemoriables, su único apego material que le hacía creer en un posible cielo. No necesitó llaves especiales ni claves secretas para ingresar, ahí estaba, solitario como siempre.
Estaba muerto, salvajemente mutilado en la bóveda seudosecreta, sobre el piso tapizado de billetes y en posición de haber querido proteger su colección de Monedas de Oro Históricas Dadas de Limosna que también atesoraba.
Motivado por el excelente estado de ánimo deseó rendir un último homenaje a este hombre al que casi no se le había acercado.
Metió los restos en un saco de dinero que encontró casi lleno y alarmado se dió cuenta que todos estos papeles hace 20 minutos que ya no servían para nada, que su poder había desaparecido con el mundo que finalizaba.
Adiós excesos, hasta nunca vicios,no más dependencia.

Había perdido todo lo que lo identificaba como demonio en medio de los humanos.
Y en ese ahora su mundo se veía desprovisto de placeres, una vez más estaba solo. Decidido a continuar con su homenaje al padre que le sirvió de sustento en vida, corrió por la que alguna vez había sido llamada Avenida 9 de Octubre tumbando a cuanta persona enloquecida se atravesara en su frenético paso. En el saco estaban el torso, cabeza y brazo izquierdo de su padre, el gestor de su última y más preciada vida, la verdadera representación de pérdida.
Por primera vez lloró por él, por primera vez lloró.

Comprendió que el verdadero tesoro de los humanos es su vehículo mortal, el cuerpo de su padre ya no estaba completo, el homenaje no sería el adecuado.
Abandonado a sus más iluminados sentimientos proseguía con su incierto rumbo, a su alrededor el ruido del infierno expandiéndose lo ensordecía todo, y enmudecía la vida, ¿acaso su vida?.
Sólo se detuvo un instante para ver (extraño azar del destino) como era salvajemente atropellada una casi anciana mujer, era aquella que había trabajado toda su vida cuidándolo, atendiéndolo; desde el piso le pareció que gesticulaba su desfigurado rostro y escupiendo sangre y vida le decía: nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde.

Y él le respondió con ridícula reverencia: El que llora al último llora mejor, y por primera vez sonrió como humano.

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